Las casas comenzaron poco a poco, día a día, a convertirse en nidos hechos con páginas de libros y partituras de instrumentos musicales. Nidos de sábanas y mantas, vendas sutiles donde reposar y cicatrizar heridas. Nidos con olor a guisos, magdalenas y galletas caseras, ambientes con inciensos, salvia y luz de velas. Nidos de danzas, cantos, dibujos, manualidades y juegos de mesa, conectados con los otros nidos del mundo con puentes de fe, amor y solidaridad. Nidos con miradas a los ojos, con tiempo para conversar, con abrazos que sostienen temores en la medicina de la presencia, nidos crisálida que nos acogen, permitiendo observar la vieja piel que duele porque se nos quedó pequeña, y transformarnos como la oruga se transforma en mariposa.
Cuando las personas salieron de las casas, lo externo empezó a transformarse, porque se había grabado en ellas como era vivir en un santuario, con tiempo sano en fe, amor y solidaridad.
La energía femenina había retornado, restableciendo el equilibrio. Y debido a que como es dentro es fuera, así como cuidaron y atendieron sus hogares, Comenzaron a cuidar y atender a la tierra, el gran hogar de todos. Gracias tiempo sin prisa que hoy nos das la oportunidad de volver a habitar nuestra casa y convertirla en un nido, un verdadero hogar para quiénes somos hoy. Démonos el tiempo que nos pide el alma y permitamos que esta pausa nos transforme. "
Este cuento es de Myriam Aram y está inspirado en un poema atribuido a K.O’Meara.